domingo, 9 de abril de 2017

Oscar Valiente Domingo



Óscar Valiente Domingo, alias Osvaldo.
El tipo caminaba por la calle sin opciones, sin descanso y sin cansancio, ya de estar acostumbrado a caminar despacio y lejos. Tenía sus zapatos viejos y solo se paraba a ratos, al sentarse para atarse los cordones, y al tumbarse hasta el siguiente día, y no sabía si volver a ver salir al sol vería. Pobre hombre en un mundo pobre él era. Mañana sabe que habrá hambre pero hoy se come todo lo que queda, y de eso la mitad, porque comparte de su pan y abrigo con su imaginaria amistad que lo acompaña por la acera: pobre perro de perrera.
Cierto día en la ciudad brillaba el sol con una triste claridad. En esa misma noche, llovía y más llovía, y no había techo que proteja a Domingo de la fría tempestad que no cesaba.
Caminaba y lo llamaba, y preguntaba, y por más que daba vueltas, de su desaparecido amigo sabía nada; Un doberman de raza que habitaba en las calles porque no tenía casa, ni padre, ni madre, ni dueño que le ladre, se había escapado de un encierro insoportable. Odiaba que lo aten por el cuello, prefería que lo maten, y que intentar a ti matarte era lo más probable que ocurriera en ese instante por su parte. Era un rebelde y no sin causa, pues la vida le dio palos que a nadie le harían gracia y se lamentan cuando pasa.
En fin... según Osvaldo, era dura la existencia del exiliado asesino canino. -¿Será tal vez naturaleza del destino hacer duro su camino y todo lo que le vino en sus días después?.
-Óscar Valiente Domingo era un hombre con un nombre por él mismo inventado, desde que le alcanza la memoria por él nadie ha preguntado. Siendo solamente un niño se truncaba su historia, pues el día que nació, murió su madre. Dios la tenga en su gloria y tenga el Diablo a su padre.
“Óscar” porque siempre quiso ser un hombre hecho de oro, “Valiente” su apellido porque sobrevivió sólo enfrentándose a todo, y “Domingo” por su madre, le amargaba la existencia ese día y de existir él se sentía culpable y esa mala suerte siempre le perseguiría.
Un domingo era aquel día en que llovía, y caminando en la Gran Vía, Osvaldo se acercó a una ramera y preguntó por su colega, entonces dijo ella: -¡te lo digo si me das una moneda, -pero como pobre él era, no se resolvió el problema y continuó vagando por esa vereda preguntando por su amigo y nadie sabe dónde queda.
Viviendo en la calle, así se olvida el frío, el hambre, el sueño... y hasta un dolor que por los suelos te desmaye si no te salva un doctor. Viviendo en la calle así se pasa el tiempo, más rápido o más lento, se pasa el sufrimiento, hasta el más profundo lamento, o simplemente se ahuyenta así al aburrimiento. Se trata de las drogas y un hombre de la calle se las toma a todas horas. En este caso, Osvaldo, estando a solas, se la pasaba bebiendo y fumando.
Aquel domingo entonces, preguntaba a la gente, pero caen todos en cuenta de que estaba algo demente y que hablaba delirando.
 -Mi amigo es un perro negro con el pecho amarillado, y lo ando yo buscando, de entre todos los demás otros perros, seguramente es el más fiero, y por eso es que lo quiero más que a mi propio cuero.
…En cierta ocasión salvó mi cuello de una situación bastante seria; caminando en la noche por un parque, me encontró una mala bestia, grande como un elefante, y era bello su pelaje cual un tigre de Siberia, con filosas garras, propias de un águila real en pleno ataque de histeria, mas grandes dientes de lagarto. En el ambiente se mascaba la tragedia, y dentro de mi pecho, el corazón casi quieto parado se me ha quedado de un infarto.
Me daba yo por muerto en aquel momento, tanto que, de rodillas caí al suelo para rezar al cielo mi último arrepentimiento con un ojo entreabierto. Mas de repente así de pronto, como si saliera de las mismas sombras del infierno, apareció sentado entre aquella bestia y yo; un perro negro de mala mirada, roja incandescente, tan intensa que destella si la miras fijamente y se te clava en el cerebro como bala disparada.
…Aunque no me lo esperaba, aquella horrenda bestia parda agachó la vista y emprendió la retirada. Yo también quise marcharme, pero el perro atrás de mi se vino, con la cara de amigo, como sin querer dejarme sólo nunca más en mi camino…
-Pero nadie respondió, pues el perro era producto de su imaginación.
Osvaldo se quedo varado, se secó la cara con la mano y se quedó un rato sentado. Después de descansado se paró firme del suelo, en su cara gesto serio tanto como el de un soldado, puso su mirada al cielo y se marchó hablando con él, se le vio muy despistado, se perdió por una calle, por la cual nunca más se le volvió a ver.

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